Existe un testimonio de transformación y cambio que ha inspirado multitudes en los últimos dos mil años. Había en la región de Capernaum (Pueblo de Nahum) un hombre al que llamaban Shimon Bar-Yochanan (nombre arameo). Este Simón tiene un hermano llamado Andrés, quien es seguidor de Juan (Yojanán) de la familia de los sacerdotes de Aarón. Ambos -Simón y Andrés- son hijos de un pescador conocido como Jonás (Yochanan) que hacía su labor en el Mar de Galilea.
Cuando Jesús encuentra a Simón en Capernaum éste atendía una PYME de pescadores, era un trabajador autónomo, sin jefe, sin un salario regulado.
Territorio de Israel, Mar de Galilea, población de la actual Cafarnaúm (En amarillo). |
En esos días era llamado Simón hijo de Jonás, cuyo nombre le sonaba a los de su generación algo así como "Caña hijo de pichón de paloma". El nombre de Jonás nos recuerda -en ese momento como hoy- al profeta rebelde desconectado con su destino, aquel de corazón pusilánime.
Ambos van a ser seguidores permanentes, y no ocasionales, de Jesús. De hecho, su hermano Andrés es el primero en ser invitado o llamado personalmente por Jesús para ir con él como su aprendiz de manera permanente.
Jesús mismo le cambió su nombre de nacimiento Simón por Cefas. Se trata de otra palabra aramea que de forma transliteral sería Kêfâ', y significa piedra. De allí que hoy nosotros -los que hablamos español en el siglo 21- le conozcamos como Pedro. Las personas que tenían este oficio tan demandante -la pesca y comercialización de pescado- usualmente no tenían oportunidad de recibir educación formal con algún maestro. Eso les hace valorar la invitación y la oportunidad que Jesús les permite tomar.
Pedro ya es un hombre de mediana edad, está casado, tiene hijos, vive en casa de su suegra cuando se suma al grupo intimo de Jesús; los doce enviados o apóstolos (griego: απόστολος). Pedro abandona su ciudad, su región y viaja junto a Jesús y sus doce por todo el territorio de la provincia romana de Judea. En Jerusalén, una noche han celebrado una cena -la última- y han escuchado instrucciones, han ido a orar juntos a un lugar silencioso y alejado del ruido de la ciudad, pero se durmieron sin orar. Mientras todo esto sucedía a unas pocas horas de haber dado inicio la Pascua (Séder de Pésaj).
¿Eres tú amigo de Jesús? Ante la sorpresiva llegada de la guardia del templo y de Judas. Simón le ha defendido inicialmente con su espada y alguna violencia física (Juan 18:20), pero unas horas después ha negado insistentemente conocerle, ha dicho no ser su amigo, y mucho menos ser su discípulo. No utilizó palabras diplomáticas ni elegantes, lo hizo de forma común y grosera, se valió de insultos al ser identificado como su seguidor (Juan 18:25-27). Pedro ha renunciado a Jesús. Todo ésto está pasando en Jerusalén, en un horario anormal para arrestos y juicios. La tercera vigilia de la noche se conoce también como la hora del gallo; y está entre la media noche y las tres de la madrugada según la costumbre griega y romana de la época (Gallicinium romano) en los patios de la casa del jefe de los sacerdotes. El temor a ser capturado y ejecutado injustamente -ese horror- también le va a cubrir. Pedro se ocultó en la ciudad. Desde esa noche no ha vuelto a sostener ninguna platica privada con Jesús.
Pedro ha sentido culpa todo este tiempo, ha experimentado sentimientos de condenación, su compromiso no pasó la prueba, su lealtad fue tirada abajo, no confía en él mismo. Su proceso de transformación de un común Simón hasta un Cefas (Pedro) tiene varias etapas o eventos. Pedro ya casi ha renunciado a todo, pero todavía le queda renunciar a su propia vida. Hoy vamos a ser testigos de algo importante:
Esta era ya la tercera vez que Jesús se manifestaba a sus discípulos, habiendo resucitado de los muertos. Y cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le dice: Sí Señor; tú sabes que te amo. Le dice: Apacienta mis corderos. Le vuelve a decir la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Le responde: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dice: Apacienta mis ovejas. Le dice la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Se entristeció Pedro de que le dijera la tercera vez: ¿Me amas? Y le dice: Señor, tú sabes todas las cosas; tú sabes que te amo. Le dice Jesús: Apacienta mis ovejas. De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te pasará donde no quieras. Y esto dijo, señalando con qué muerte había de clarificar a Dios. Y dicho esto, le dice: Sígueme. Juan 21:14-19
No hace muchos días, la noche y madrugada de la Pascua, Pedro se enfrentó a varias personas desconocidas que le hicieron preguntas sobre si era "amigo" de Jesús. Pedro en cada oportunidad lo negó, testificó que no había nada entre ese hombre y él. La mente y el corazón de Pedro quedaron atados a ese momento, su natural respuesta e instinto por conservar su propia vida para sobrevivir le dominaron, pudieron más que su firme convicción y decisión.
Jesús vuelve a contratar a Pedro. Jesús trabaja en volver a colocar a Pedro sobre el camino. Lo llevó aparte, al lugar de su fracaso. Así como había sido llevado antes Moisés al palacio de Faraón en Egipto, al lugar de su fracaso para vencer de frente su mayor vergüenza y derrota. Por cada oportunidad en que su deseo de ser fiel fue derrotado, Jesús le pregunta con insistencia:
¿Ardes de amor por mi, más que éstos?
¿Amas mi causa más que el oficio de pescador?
¿Es tu amor superior al de todos ellos?
Las palabras de Simón no llevan pasión, van llenas de dudas y vergüenza. Ya no hay más Cefas, uno dispuesto a dar su vida y a luchar hasta la muerte. Cada respuesta de Simón fue vergonzosamente autocensurada, cada respuesta fue cauta y medida. -Te quiero como a un amigo al que se le estima mucho.
La respuesta de Jesús le confirmó como el líder de la futura restauración: -Apacienta mis ovejas.
Un detalle para recordar; no son tus ovejas, igual que las ovejas de Moisés en Madian tampoco eran sus ovejas, eran de Jetro su suegro. Estás ovejas y las que se van a sumar a estas, todas y cada una son mías. El Padre me las dio a mi, yo pague el precio. Vale destacar que las preguntas que Jesús hacía a Simón no le buscan hundir en la vergüenza, ni en hacerle sentir aun peor. Jamás preguntó: ¿Por qué me dejaste sólo, por qué no dijiste que eres mi discípulo, por qué sacaste la espada, por qué te abrumó el terror? ¿Me prometes no hacerlo otra vez? ¿Te arrepientes?
¿Qué responder a Jesús? Es posible que ahora mismo tu respuesta también sea cauta y medida. Es posible que dudes en tu corazón sobre asumir un compromiso por el tiempo que te queda de vida, es posible que servir como pastor de las ovejas de Jesús demande tu vida, es posible que desees dar un paso atrás. Justo ahora necesitas descubrir y conocer el abrumador amor de tu buen Dios -que a pesar de todos tus errores y derrotas- su corazón todavía arde de amor por ti, todavía está dispuesto a perdonar cada falla de tu pasado. ¿Ves la multitud de hombres y mujeres, descendientes y amigos que en el futuro serán afectados por tu compromiso?
Un día ya no podrás decidir, un día dejarás atrás la autonomía que hoy -la juventud y las actuales fuerzas te otorgan- serás vestido por alguien más y serás llevado por alguien más. El llamado de Dios a Simón involucra renuncia; a tu nombre, a la familia, el oficio, la casa, la fortaleza y la juventud, y la vida.
Solo al renunciar a Egipto podrás entrar a la tierra que se te prometió.
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