Muchos de nosotros caminamos por la vida montados elegante y orgullosamente sobre los éxitos de nuestro buen puesto de trabajo o de nuestro próspero negocio, sobre nuestro prestigioso apellido, sobre el capital que guardamos en el banco, sobre una herencia religiosa, posición o la suma de todos estos. Nos hemos llegado a sentir altamente satisfechos y como que merecemos algún tipo de reconocimiento por este duro esfuerzo emprendido, nos parece incluso que podemos imponer a cualquier costo nuestros criterios de cómo hacer las cosas del modo -que sinceramente- creemos es bueno. Hasta hemos llegado a creer que los demás viven equivocados sobre la manera que tienen de pensar y de servir a Dios. Cabalgamos por el camino de la vida tan seguros de nosotros mismos que no nos imaginamos ni por un instante con la cara mordiendo el polvo. A veces pasa que creyendo contar con la motivación correcta vamos dando golpes a quien queríamos y creíamos agradar. Meditemos y...