Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla del lago, a la región de Gerasa. Cuando Jesús bajó de la barca, le salió al encuentro un hombre de ese lugar, que tenía muchos demonios. Ese hombre no vivía en una casa, sino en el cementerio, y hacía ya mucho tiempo que andaba desnudo. Como los demonios lo atacaban muchas veces, la gente le ponía cadenas en las manos y en los pies, y lo mantenía vigilado. Pero él rompía las cadenas, y los demonios lo hacían huir a lugares solitarios. Cuando este hombre vio a Jesús, lanzó un grito y cayó de rodillas ante él. Entonces Jesús ordenó a los demonios que salieran del hombre, pero ellos gritaron: —¡Jesús, Hijo del Dios altísimo! ¿Qué vas a hacer con nosotros? Te rogamos que no nos hagas sufrir. Jesús le preguntó al hombre: —¿Cómo te llamas? Él contestó: —Me llamo Ejército. Dijo eso porque eran muchos los demonios que habían entrado en él. Los demonios le rogaron a Jesús que no los mandara al abismo, donde se castiga a los demonios. Cerca