Las autoridades de Roma incluido el procurātor Iūdaeōrum Pontius Pilatus y los ancianos -prushím- de Israel están muy preocupados y estresados por las fiestas. Temen que durante los próximos días haya algún tipo de levantamiento o revuelta popular entre los visitantes a la ciudad que obligue a los legionarios romanos de Judea a actuar con mano dura y haya muchos muertos. Así que su mutua preocupación les va a llevar hasta alcanzar una alianza que nunca antes habrían siquiera considerado. Trabajar juntos por la paz en la provincia a cualquier precio. Todo maestro y su grupo de estudiantes deberá pasar a Jerusalén y celebrar ahí el séder de pésaj, será sólo un asunto de esperar y preparar la trampa.
Clima de Jerusalén: Alegría y temor. Al salir de Betania (בית עניה), comunidad de Lázaro que queda a tres kilómetros de Jerusalén y luego de cruzar por la puerta de Sión (Sha'ar Tsiyon) que está en la parte oeste de la ciudad, han pasado unos 60 minutos de caminata y han sido recibidos por una multitud muy efusiva de jóvenes que daban gritos de alegría, batían ramas de palmas en sus manos. Lo que había aumentado al máximo el temor y la preocupación de los prushím en Jerusalén sobre una revuelta popular.
La máxima traición y la máxima exaltación. En esa misma tarde y antes de la noche, los doce están reunidos con su maestro en un salón de la ciudad. Para este momento Judas hijo de Simón, el hombre de Kerioth, ya ha decidido que él sí va a entregar a Jesús a los prushím y a cobrar las 30 monedas de plata (quinarios o denarios romanos) por su entrega. A la vez, desde el máximo trono de autoridad en el cielo el Padre bueno había entregado en las manos de Jesús todas cosas. Y su primer acto como la máxima autoridad va a desconcertar -una vez más- a sus distraídos discípulos que están totalmente enfocados en la idea de ser el gabinete de consejeros reales del próximo rey.
Con plena conciencia de haber venido de Dios y de que ahora volvía a él, y perfecto conocedor de la plena autoridad que el Padre le había dado,
Juan 13:3
Una vez que terminó de limpiar los pies de sus doce discípulos Jesús volvió a colocarse su manto. Jesús nos muestra que él es capaz de quitarse la absoluta autoridad de la máxima potestad y asumir la máxima humildad necesaria para hacerse el mínimo servidor de su congregación (Yo iré a morir a una cruz en su lugar), para luego volver a vestirse con la completa autoridad. Jesús salió desde el cielo hasta la tierra para volver nuevamente al cielo. Nadie podrá asumir ni recibir la máxima autoridad del trono de justicia sin antes pasar la máxima humildad del servicio a los demás. Es un decreto proclamado a través de su ejemplo. Yo les enviaré a compartir mi mensaje con el que ustedes limpiarán a muchos. Cuando hayan compartido mi mensaje con todos en su generación y en las que vienen después, mi Padre bueno les premiará y serán sumamente afortunados. Este premio está disponible para quien comparta mi mensaje (proclama real) con absoluta humildad.
Este sencillo acto de dejar su manto, limpiar a otros y volver a tomar su manto y su lugar en la cena nos describe el trabajo redentor de Jesús aquí entre nosotros. Él se despojó de su túnica; dejó su trono en el cielo, nos lavó y limpió por la fe en su sangre derramada en una cruz y al tercer día se volvió a levantar, para luego volver a colocarse su túnica al ascender a su trono en el cielo a la derecha del Padre.
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