¿Cuántas veces le hemos dicho a nuestro cónyuge: -Lo siento, realmente me he equivocado? Casi nunca o difícilmente. Sentimos horrible, llegar humildes ante nuestra pareja y expresar que deseamos tener paz en la relación y que estamos dispuestos a pedir una disculpa. Solo de pensarlo sentimos algo extraño. Muchos -por el contrario- reaccionan hablando sin control acerca de las motivaciones que justifican su posición personal causando más daño al original. Hay quienes de manera grosera sacan su veneno tóxico con tal de no ceder y desatan un caos de escala mundial "por sentir que tienen la razón". Hay algo de sabiduría en ceder en nombre de la paz. Es mejor perder un centímetro de nuestro territorio conquistado y no ganar la guerra, que ganar la guerra a un costo desproporcionado. Con frecuencia vivimos vidas fluctuantes entre la madurez y la infancia.
Existen algunos días, en los que no me siento a gusto conmigo mismo. En esos días, no siento ser una buena persona. ¿Te has sentido así alguna vez? Hay otros días, en cambio, en que me he levantado de la cama sintiendo que soy super increíble y valioso ¿Has tenido momentos así también? Pasa con mucha frecuencia que eso que sentimos está en conflicto directo con los dichos de Dios acerca de mi. Pues Dios ya ha declarado su voluntad y me ha revelado mi identidad, así que no dependo de la marea, ni las hormonas, ni de las fases de la luna, ni los indicadores de la bolsa de valores. Sea, lo que sea que yo sienta. De ser así, y si le damos mucha importancia a los cambios repentinos de emociones seremos infelices -y muy posiblemente- lo transmitiremos a todo nuestro entorno. Hay un alto riesgo en que nuestra vida sea guiada y arrastrada por el motor de las emociones.
La gracia, esta maravillosa gracia que nos rodea, nos permite luchar una y otra vez hasta vencer por completo nuestro error, superar cada una de nuestras fallas. Pero, aun con toda esa gracia a nuestro favor nos sentimos miserables por dentro. Tanto, que se lo hacemos saber a todas las personas que se nos acercan.
¿Qué hacer con ese sentimiento de culpabilidad que pone mi mundo de cabeza? Sabemos y creemos con todo nuestro corazón que Jesús, hace 21 siglos atrás, justo en el cerro de La Calavera, fue colgado y clavado de una cruz romana entre dos ladrones, que su muerte sucedió en la tarde de Pesáj (Pascua), que fue enterrado en una tumba nueva, y que permaneció allí tres días. Que el primer día de la semana volvió a la vida y se presentó ante el Padre con las primicias de la salvación. Él nos substituyó y con su sacrificio pagó el precio completo que no podíamos pagar. Él fue llevado al cielo, y está en la corte del cielo abogando por mi y por ti. Dios ha perdonado completamente nuestros errores, nuestras fallas, nuestras culpas. Todas absolutamente. Sea que lo sienta o no, sea que me guste o no. Ese sentimiento es como utilizar anteojos con lentes de colores, de pronto empezamos a ver todo más amarillo brillante o de pronto vemos todo de azul muy oscuro, o observamos nuestro entorno rojo, solamente es nuestra percepción. La realidad espiritual es otra.
Cualquier emoción o sentimiento de culpabilidad que nos asalte e invada el corazón modifica nuestro ambiente espiritual interno y externo, y se trata de algo que está fuera de lugar. Es posible que este nos confunda, que nos haga dudar y hasta cuestionar la eficacia de lo logrado en la cruz, pero a todas luces se trata de un espejismo, es niebla en nuestro camino, es más falso que un billete de cuatro dólares. Es una mentira completa, y como tal debe ser valorada. ¿Este sentimiento está alineado a la Palabra de Dios? Claro que no. Al creer mentiras y someternos a estas somos conquistados, somos cautivos de una mentira que nos distrae y saca del camino.
Cuando los sentimientos y emociones varían constantemente. Eso, es un problema pues hoy somos de una manera y mañana somos de otra. Esto es ser pusilánime, y nos va a meter en muchos problemas. Los demás lo saben y nos etiquetan como alguien que no es constante y no es confiable.
En aquel entonces no estaban preparados para entender cosas más difíciles. Y todavía no lo están, pues siguen viviendo como la gente pecadora de este mundo. Tienen celos los unos de los otros, y se pelean entre ustedes. Porque, cuando uno dice: «Yo soy seguidor de Pablo», y otro contesta: «Yo soy seguidor de Apolo», están actuando como la gente de este mundo. ¿No se dan cuenta de que así se comportan los pecadores? I corintios 3:3-4
Cuando alguien se deja controlar por su mentalidad humana, está en contra de Dios y se niega a obedecer la ley de Dios. De hecho, no es capaz de obedecerla; los que tienen la mentalidad humana no pueden agradar a Dios. En ustedes no predomina la mentalidad humana sino la del Espíritu, porque el Espíritu de Dios vive en ustedes. El que no tiene el Espíritu de Cristo, no pertenece a Cristo. Romanos 8: 7-9
Pero, en el otro extremo de la vida variable y llevada de aquí para allá como la ola del mar, tenemos a los tenaces y constantes, determinados y disciplinados. Son personas que saben que algo se debe hacer, y van y lo hacen, no se regresan a mitad del camino a preguntar ¿Qué les dije que iba a hacer?
Los sentimientos nos pueden traicionar. Nadie siente ir a pagar sus obligaciones, nadie siente alegría por descubrir que su armario urge de ser organizado y ordenado. Nadie quiere ir a sudar y hacer ejercicio físico, todos prefieren la comodidad de un sillón reclinable. Por el contrario, debemos estar completamente determinados a hacer bien aquello que debemos hacer.
Cada uno podrá sentir celos, sentir malestar, sentir molestia, sentir pereza. Pero tienes la autoridad para no permitir a este sentimiento prosperar dentro de ti. Si eres capaz de actuar con dominio propio evitarás "estar enojado", evitarás "estar celoso". Cada vez que decides hacer lo correcto destruyes las fortalezas y argumentos que te han atado en el pasado. Asumamos el reto:
No se dejen vencer por el mal. Al contrario, triunfen sobre el mal haciendo el bien. Romanos 12:21
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