¿Eres coherente e intencional con relación a tus actos y tus dichos? ¿Eres reactivo y llevado por la corriente, las mareas o las olas del mar? ¿Tus pensamientos y tus hechos están alineados a la voluntad de Dios? ¿Tu vida ha sido una cadena de accidentes y eventos casuales? Es posible que todo esto manifieste oportunidades de mejora o retos para atender a la brevedad. Hoy meditaremos en cómo ser intencionales.
Cuando estábamos en la etapa de bebés. Cada uno de nosotros guardaba dentro de sí mismo la determinación y la intención de hablar de la misma manera como escuchábamos a las personas adultas de casa. También, guardábamos la intención de caminar y marchar independientemente por aquí y por allá. El aprendizaje para poder hablar nos toma alrededor de 18 meses, aunque tenemos la firme intención de hablar desde el inicio, solo producimos balbuceos. Aprender a caminar también implica que en cada hora intentando andar de forma independiente, caemos alrededor de 17 veces cada hora, lo que nos lleva a  2 mil 368 intentos, de estos muchos fueron intentos fallidos. Sin embargo, nunca dejamos de intentarlo. No nos callamos por no lograr hablar frases elocuentes desde la primera vez, nos esforzamos en producir fonemas claros y con sentido. Ni tampoco nos quedamos sentados en el suelo después de caer al suelo la primera vez. Se requiere tener una firme intensión, lo que se entiende como ser intencional y creer que vamos a superar los límites de nuestra realidad actual.
¿Qué es esto de vivir en fe? Se trata de un compromiso consciente -continuado- y activo -no es pasivo- con la voluntad de Dios, basado en la confianza firme en sus promesas y en la obediencia que manifiesta la fe genuina. No es solamente una creencia intelectual o emocional, la fe se expresa en acciones concretas que reflejan la justicia y la gracia de Dios en nuestra vida. ¿Y entonces, que es la intencionalidad? La intencionalidad en la fe, no suele ser ruidosa, sino una firme convicción que se traduce en obediencia práctica y en la perseverancia diaria, confiando en la dirección del Espíritu Santo y reaccionando con fe ante las circunstancias, incluso ante lo inesperado o difícil.
En nuestro viaje por esta nueva temporada llena de campos listos para ser cosechados, en nuestra nueva vida, en Jesús. Aquí suelen surgir conductas antagónicas y contrarias a nuestro deseo e intención de ser “siervos útiles” en el reino de Dios. Descubrimos que desde nuestro interior, nosotros mismos nos boicoteamos y saboteamos.
¿Cómo saboteamos la intencionalidad de nuestra fe en nosotros mismos? 
Rutina sin propósito: Al practicar disciplinas espirituales de forma mecánica, sin atención consciente al significado ni al propósito de lo que hacemos, esto convierte nuestra vida espiritual en mera costumbre familiar o personal. Somos pasivos, presentes pero, desconectados.
Procrastinación espiritual.  Posponer decisiones, retardar la obediencia o crecimiento espiritual con “excusas justificadas”, lo que apaga el impulso de avanzar hacia aquello que Dios desea hacer en nosotros.
Comparación y competencia.  Enfocarnos en lo que otros hacen, compararse o competir por obtener reconocimientos, nos desvía nuestra intención hacia metas ajenas y externas, superficiales o egoístas.
Pantallas y activismo.  Intentar abarcar demasiado en un mismo día, distrayéndose con múltiples actividades y estímulos digitales, pantallas y redes sociales, lo que reduce nuestra capacidad de centrar la atención y enfocar el corazón en aquello que el Señor pide.
Poco o mal descanso.   Ignoramos nuestra necesidad de reposo, salud física y emocional, lo que nos lleva al agotamiento y a la pérdida de claridad, esto afecta la sensibilidad espiritual y nuestra propia capacidad de actuar con intención y con fe.
Conformismo y pasividad.   Dejarnos llevar por la corriente, “esperar a ver qué pasa” o asumir que “todo es igual”, mina la convicción de dar pasos deliberados y perseverar en fe. Falta de sed y hambre de nuevos logros, no saber observar mis retos de hoy y afrontarlos ahora... mejor lo dejo para mañana o para más tarde.
Nos resistimos al cambio.   Rechazamos el nuevo aprendizaje, la corrección de otros o el reconocimiento de errores, esto nos cierra la puerta a la renovación y a una experiencia espiritual intencional.
¿Cómo podremos distinguir -entonces- cuando estemos frente a alguien que sí es coherente e intencional con aquello que cree, siente, dice y hace? Alguien que no va saltando desde un accidente a otro peor. Alguien que no mira su vida como una serie de eventos casuales fuera de control. Cuanto tú organizas intencionalmente la vida ya no se trata de accidentes, casualidades y hechos aislados. Veamos un poderoso pasaje acerca de Jesús y Pedro en medio de una tormenta.
Después de esto, Jesús ordenó a los discípulos: «Suban a la barca y vayan a la otra orilla del lago. Yo me quedaré aquí para despedir a la gente, y los alcanzaré más tarde.» Cuando toda la gente se había ido, Jesús subió solo a un cerro para orar. Allí estuvo orando hasta que anocheció. Mientras tanto, la barca ya se había alejado bastante de la orilla; navegaba contra el viento y las olas la golpeaban con mucha fuerza. Todavía estaba oscuro cuando Jesús se acercó a la barca. Iba caminando sobre el agua. Los discípulos lo vieron, pero no lo reconocieron. Llenos de miedo, gritaron: — ¡Un fantasma! ¡Un fantasma! Enseguida Jesús les dijo: —¡Cálmense! ¡Soy yo! ¡No tengan miedo! Entonces Pedro le respondió: —Señor, si realmente eres tú, ordena que yo camine también sobre el agua y vaya hasta donde tú estás. Y Jesús le dijo: —¡Ven! De inmediato Pedro bajó de la barca. Caminó sobre el agua y fue hacia Jesús. Mateo 14:22-29
Los discípulos, que estaban esa madrugada en una barca en el lago de Galilea, fueron sorprendidos y entraron en pánico cuando una tormenta azotó y vieron a Jesús acercarse caminando sobre el agua. Pedro pidió permiso para ir hacia Él caminando sobre las aguas y, tras recibir la invitación de Jesús, así lo hizo. Pedro lo intentó, Jesús nunca quito su mirada de gracia de Pedro y su débil fe.
Los evangelios coinciden en que Jesús llegó al río Jordán, solicitando el bautismo a Juan el Bautista, donde ocurre un evento trascendental con la apertura de los cielos, la aparición del Espíritu Santo en forma de paloma y la voz de Dios que confirma a Jesús como Su Hijo amado en quien está satisfecho. Este momento marca el inicio del ministerio público de Jesús y la manifestación de su identidad divina. Juan no entendía por qué él debía de bautizar a Jesús, ni estaba completamente seguro si Jesús era a quien ha estado esperando. Pero, ante la falta de certeza, lo intentó.
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| Jesús llega a tiempo para llamar a Lázaro. | 
En Juan (Juan 11:1-44) -hoy no lo vamos a leer- describen a Jesús llegando a Betania tras la muerte de su amigo Lázaro, quien había estado en la tumba por cuatro días. Jesús había sido informado de la enfermedad de Lázaro, pero se demoró en ir. Al llegar, encontró a Marta, una de las hermanas de Lázaro, que le expresó el dolor por la muerte de su hermano y su fe en que si Jesús hubiera estado antes, Lázaro no habría muerto. Jesús le asegura que su hermano resucitará y le pregunta si cree en Él como el Hijo de Dios, a lo que Marta responde afirmativamente. Jesús llega a tiempo para llamar a Lázaro que ya lo esperaba dentro de la tumba desde hacía 4 días.
¿Qué es y que no es ser intencional? Ser intencional, es lo opuesto a ser improvisado, accidental o simplemente reactivo; significa actuar con propósito y conciencia. Jesús es nuestro modelo de fe intencional, cuya coherencia entre palabra y acción nos guía para vivir una fe que transforma la realidad. Jesús es la persona más coherente que podrás encontrar en tu vida. Sus pensamientos, sus sentimientos, sus palabras, sus actos, todo es coherente. ¿Qué es -entonces- ser coherente? Cuando cada palabra, cada acción y cada momento de nuestro caminar sobre la tierra tiene un propósito divino claro: Dar grandeza al nombre de Dios.
Cómo puedo yo ser coherente y mantener intencionalmente una vida en fe:
1.        Manteniendo el foco en la presencia de Dios: Escuchando su voz en la oración, a través su Palabra y la comunión con personas de fe.
2.        Tomando de decisiones: Manifestando la justicia del cielo, anticipando y resistiendo los distractores. Cuidando mis relaciones, llevando una agenda y priorizando el reino de Dios.
3.        Actuando en obediencia y confianza activa. La fe no se trata de un ejercicio intelectual, es poder transformando la realidad. ¿Qué montaña moveré hoy, qué muralla caerá hoy, qué límite voy a extender más?
4.        Adoptando una mentalidad del reino. Desechar lo terrenal y adoptar lo celestial. Cambiar límites con fe y poder. Asumir retos que son prioridad en la agenda del cielo.
5.        Manteniendo coherencia entre nuestros dichos y nuestros actos. Ser de una pieza. Actuar conforme a lo que hablamos.
Mantener activa la vida de fe implica un caminar intencional y profundamente conectado con el Espíritu de Dios, cultivando diariamente mediante la obediencia, la oración, la renovación mental y cambiar la realidad a través de su poder.





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