Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado. Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación.
En el capítulo 5 de la carta a los Romanos, Pablo nos introduce a las gloriosas ramificaciones de la justificación por la fe. Habiendo establecido firmemente en los capítulos anteriores que la humanidad está bajo el dominio del pecado y condenada a la muerte eterna. Y que la salvación se logra únicamente por la gracia de Dios a través de la fe en Jesucristo, el apóstol ahora nos revela las bendiciones invaluables que surgen de esta declaración divina de inocencia. La justificación no es meramente el perdón de nuestros pecados, sino una victoria total y completa lograda por Cristo en la cruz, donde Él tomó nuestro lugar, soportando el juicio que nos correspondía. Como resultado de Su sacrificio perfecto, somos declarados justos ante Dios, un estado que no ganamos por obras, sino que nos es imputado por Su gracia inmerecida. Este capítulo es una celebración de nuestra nueva posición en Cristo, una posición de paz, acceso a la gracia y una esperanza inquebrantable.
Los tiempos de tribulación que atravesamos forman parte esencial de nuestro proceso espiritual. Sin embargo, quienes depositan su fe en Jesús están protegidos de experimentar la ira de Dios. La tribulación —jupomone— no es un obstáculo, sino una etapa necesaria para entrar en el Reino de Dios. A través de ella, se fortalece nuestra perseverancia, que nos sostiene en la fidelidad a la voluntad divina. Esta persistencia —dokimé— constituye la evidencia tangible de nuestra fe, la cual, a su vez, revela nuestra esperanza a quienes nos rodean.
Nuestra esperanza no es motivo de vergüenza. Gracias a la compañía del Espíritu de Dios experimentaremos el amor de Dios. La perseverancia produce carácter probado (dokime) y esperanza (elpis) no frustrada; el Espíritu Santo lleno de amor.
Mientras estábamos en condición de absoluta debilidad espiritual, llegó el tiempo exacto de nuestra redención.
Difícilmente, alguien iría a la muerte por una persona recta. Por alguien justo es posible que alguien muy osado sacrifique su propia vida. Pero, la mayor demostración del amor de Dios hacia nosotros se observa en que estando todavía en nuestro pecado, el Ungido de Dios se sacrificó por nosotros. A lo largo de los primeros 5 libros del TaNaK y de los 613 mandamientos, es recurrente la misma idea, cómo se debe amar a los demás. Y Pablo continúa agregando algo, todavía más, la sangre de su sacrificio nos limpia completamente y nos presenta delante de sus ojos como personas rectas. Y es gracias a esta rectitud que gozamos ahora, que Él nos librará de la ira y del enojo de Dios.
Mientras estábamos en nuestro pecado, éramos personas hostiles para el único Dios, éramos sus enemigos. Pero Él nos reconcilió, cambió nuestra difícil posición, desde enemigos hasta ser personas excluidas del día de su furia, nos salvó a través del pago de la sangre de su Hijo. Si cuando todavía éramos sus enemigos, Dios hizo las paces con nosotros por medio de la muerte de su Hijo, con mayor razón nos salvará ahora que su Hijo vive, y que nosotros estamos en paz con Dios. Pablo agrega algo más, como diciendo que si todo esto no es suficiente, así que ahora podemos alegrarnos por nuestra nueva y maravillosa relación con Dios gracias a que nuestro Señor Jesucristo nos hizo amigos de Dios. Hemos pasado de ser enemigos a ser amigos de Dios. Todo es obra de la fe.
Existe una relación directa entre el pecado y la muerte. El primer pecado (falta, falla, error) en el mundo fue la desobediencia de Adán. Así, en castigo por el pecado, apareció la muerte en el mundo. Y como todos hemos pecado, todos tenemos que morir. La muerte es la confirmación, la muerte evidencia que hay pecado en nosotros.
La ley no es la fuente, ni la causa del pecado en el mundo. La Ley de Moisés es un agente revelador del pecado. Antes de que Dios diera la ley a Moisés, ya todo el mundo pecaba. Pero cuando no hay ley, no se puede revelar ni acusar (poner en cuenta) a nadie de desobedecerla.
Sin embargo, desde el tiempo de Adán hasta el tiempo de Moisés todos tuvieron que morir. Adán tuvo que morir porque desobedeció el mandato de Dios. Incluso los que no cometieron el pecado que cometió Adán, tuvieron que morir. Adán era como el que vendría en el futuro. En algunas cosas, Adán se parece al Ungido de Dios.
Por más que no hay comparación entre el delito y el don. Porque si el pecado de uno solo acarreó a todos la muerte, la (χάρις) gracia de Dios, es decir, el don gratuito de otro hombre, Jesús el Ungido, se volcó mucho más abundantemente sobre todos. El pecado de Adán no puede compararse con el regalo de Dios. El pecado de Adán hizo que Dios lo declarara culpable. Pero gracias al regalo de Dios, ahora él (Dios mismo) declara inocentes a los pecadores, aunque ellos no lo merezcan. Si por el pecado de Adán, la muerte reina en el mundo, con mayor razón, por medio de Jesús el ungido, nosotros reinaremos en la nueva vida, pues Dios nos ama y nos ha aceptado, sin pedirnos nada a cambio. Así como un pecado de Adán trajo la condenación a todos los seres humanos, así también un acto de bondad de Cristo trajo la aprobación de Dios (declarados justos) y vida para todos. Porque como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituídos pecadores, así por la obediencia de uno los muchos serán constituídos justos. En cuanto a la ley, únicamente sirvió para que el delito se multiplicara. Pero cuanto más se multiplicó el pecado, tanto (ὑπερπερισσεύω) más abundante fue la gracia. La función de la Ley es demostrar que en cada uno existe la maldad y el pecado, es una tabla de cotejo o check list que nos asegura ver nuestro propio pecado; la desobediencia. La ley aumentó el pecado, pero la gracia reinó por medio de la justicia que da vida. Entonces, así como el pecado reinó sobre todos y los llevó a la muerte, ahora reina, en cambio, la gracia maravillosa de Dios, la cual nos pone en la relación correcta con él y nos da como resultado la vida eterna (la vida en el reino) por medio de Jesucristo nuestro Señor.
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