Siló fue la primera capital de Israel. |
Cada año durante las ofrendas en el templo su madre Ana lo visitaba y le llevaba un nuevo vestido según su nueva talla. Samuel era respetuoso y gozaba del aprecio de la gente.
Una noche mientras Samuel duerme en el templo, a poco de apagarse completamente la luz del santuario, a poco de quedar completamente en total oscuridad, Samuel escucha que alguien le llamó por su nombre, confundido creyó -al inicio- que se trataba del sacerdote Elí. Samuel corre hasta la cama de Elí y le responde a éste creyendo que era él quien le llamaba. Esto le pasó por tres veces. Estamos ante dos personas distintas; una persona que sí escucha la voz de Dios, y otra que ya no escucha la voz de Dios pero que la distingue. Esta pareja -Samuel y Elí- se van a necesitar mutuamente para servir a Dios. Dada la escasez de visiones y manifestaciones de esos días, Elí valora lo que acaba de suceder con Samuel. Entonces comprendió Elí que era el Señor quien llamaba al muchacho y le dijo: — Vuelve a acostarte y si alguien te llama, respóndele: “Habla, Señor, que tu servidor escucha”. Y Samuel se fue a acostar a su habitación. El Señor volvió a insistir y lo llamó como antes: — ¡Samuel! ¡Samuel! Y él le respondió:— Habla, que tu servidor escucha. 1 Samuel 1: 9-10. Lo triste en esta historia es que Dios habló después de mucho tiempo para confirmar un juicio sobre la casa de Elí.
En este momento, Samuel debe aprender a escuchar y distinguir el timbre de esa voz que aunque se parece a la voz de Elí su tutor, ésta habla diferente. Samuel debe nuevamente dejar de depender de Elí, así como se desprendió de Ana su madre, para enfocar su atención y su corazón en el Señor. La palabra que se le revelaba a Samuel era respaldada por Dios, así creció la fama de que era un profeta y que además que era confiable. Cada uno de nosotros debemos aprender a distinguir las voces desde su corazón. Saber cuando son mis propios pensamientos y mi propia voz. Pero además, saber distinguir cuando es la voz de Dios. Entender que nuestro corazón es engañoso y auto complaciente, que se excusa y justifica rápidamente y hace juicios pobres, que se trata de un ciego que no es capaz de mirar su propia realidad. La voz de Dios es justicia, es luz. El adversario también puede sembrar pensamientos y debemos reconocerlos a la luz de la Palabra de Dios.
Elí no es capaz de mirarse a sí mismo, sus ojos ya casi no miran, no podía comprender su error como padre. Sus hijos -Jofní(renacuajo) y Finés- estaban fuera de su autoridad, sin control, no respetaban a su padre, no respetaban a Dios, no respetaban las ofrendas, ni los sacrificios de la otras personas. Eran como machos sin dueño, y burros sin mecate. Era tan mal su estado que Dios los cortó y maldijo. A muchos nos pasa que somos torpes y ciegos para entender nuestra propia situación y realidad, necesitamos a un verdadero amigo que nos diga cada vez que nos ponemos un vestido que para nada nos favorece. Elí fue complaciente con sus hijos, David el futuro gran rey de Israel también fue complaciente con sus deseos y con su hijo. No intervenir oportunamente es un error que no debe dejarse pasar.
Los guerreros israelitas aunque muy motivados y con mucho entusiasmo, cometieron el error de ver a la presencia de Dios como un simple amuleto de la suerte, algo que les daría fortuna en la batalla ante sus antiguos enemigos. Para su sorpresa, los guerreros de Israel sufrieron una de sus peores derrotas. La noticia de su gran derrota y de su error apresuró también la muerte de Elí ese día. La parte más dolorosa para el pueblo del Señor ese día terrible fue perder el Arca del Pacto, quedaron sin la presencia de Dios y su santuario ahora estaba vacío.
Dios bueno abre mis oídos espirituales para escuchar tu voz, para entender tus dichos, para atender tu Palabra. Que tus dichos a través de este siervo sean confiables y seguros.
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